martes, 24 de febrero de 2009

Falsa Moral

La maquinaria está en marcha; hay que arrestar al ladrón. Déjense de presunción de inocencia, de no ser culpable hasta que se demuestre lo contrario; condenémoslo, difamemos su nombre y luego, ya vendrán los interrogatorios, los dimes y diretes, las rectificaciones…

No es nuevo; el deporte de los deportes, el espíritu de sufrimiento y tenacidad, languidece, agoniza ante la pasividad de unos y el mal hacer de otros. Esa lucha personal contra uno mismo llamada ciclismo, es un enfermo terminal que lleva mucho tiempo esperando la extremaunción. Con el caso Festina se destapó el tarro de las esencias, la caja de pandora que prende más y más en vez de intentar ser apagada. Nadie aúna sus fuerzas para hacer de la mejora algo exponencial. Cada frente, cada organización, quiere evangelizar de manera individual el panorama contra el dopaje para lavar la imagen de la competición que ellos institucionalizan, para intentar empacar a los valientes y cada vez más escasos valientes que se siguen aferrando al sueño de la bicicleta.
El último en salir a la palestra ha sido Alejandro Valverde, uno de los muchos campeones que han crecido bajo la sombra de la duda. Una duda que viene desde diversos colectivos: Francia, Italia… se vuelcan en intentar ponerle el cordel a un gato que no tiene dueño, que aparece y desaparece ante la atónita mirada de los curiosos, que ven como su fe ante este deporte se evapora a modo de decepción. No voy a ser yo quien lance una lanza en nuestro favor. Cierto es que los padres del doping pudieran ser españoles; Eufemio Fuentes, la Operación Puerto, Manolo Sainz… demasiadas incógnitas centradas en la Península, demasiado potencial científico, demasiado talento intelectual al servicio del mal. Esa lacra de trampa y fullería, es una sombra demasiado oscura; se cierne y se agranda a medida que el sujeto se aleja de su foco principal. Demasiados atestados: Heras, Beltrán… leyendas que en sus días de esplendor glorificaron la significación del esfuerzo y que en su ocaso cayeron en el ostracismo del olvido, de la culpa, de la condena.
Quiero que quede claro que no estoy a favor del dopaje, pero quizás, esto no sea más que el resultado del tirano significado que se quiere obtener del deporte. Se ama la épica; las escaladas tortuosas que serpentean entre Pirineos y Alpes, las escapadas de dimensiones heroicas, los cambios de ritmo y las etapas maratonianas tocando el cielo, la nieve, la lluvia y el calor. Tocando el orgullo que cada deportista que a lomos de su bicicleta se encarama a la cima del anonimato; un deporte demasiado duro en el que tan sólo son reconocidos unos pocos. Un pelotón que recorre los mismos kilómetros, que sufre como pocos, que recibe la inesperada visita de pájaras y al tío del mazo que te castiga y te endurece las piernas, que te impide a encadenar una cadencia de pedaleo que te haga no descolgarte del resto de héroes que se doblan y se abren paso entre una multitud cada vez menos popular y más populista que se sigue encaramándose a las altas cumbres para alentar, para aplaudir, para exhalar un último aliento de esperanza.
Todo ese esfuerzo, toda esa búsqueda de espectáculo y heroicidad continua termina pagándose. Los cuerpos, aunque en momentos puntuales en los que se alcanza la perfección, no son máquinas; se pierden con el tiempo, se gastan, se oxidan. Pierden brío y voluntariedad, se alejan de las figuras en ciernes que nacen y se hacen. Demasiado cruel para ser verdad. Toda una vida al servicio de la bicicleta, y cuan efímero es el éxito, la gloria, el beneficio económico. Quizás por eso, cuando la carrera de un ciclista deja de subir pendientes para iniciar la bajada de su ocaso, quizás es en ese momento, cuando se aferre a esa sueño científico que es el dopaje y que termina convirtiéndose en la peor de las pesadillas, el desprestigio, el olvido, la desacreditación a toda una vida de esfuerzo, de dietas milimétricas, de entrenamientos bajo solsticios, inviernos, frío y calor.



Pero no nos engañemos; no nos tapemos heridas con tiritas ni ojos con vendas para no ver. Esta falta de ética no se centra sólo en el deporte de las dos ruedas. Es un problema colectivo de magnitudes desconocidas del que muchos no se atreven a desenmascarar. Es curioso que esa ley contra el dopaje que asfixia a ciclistas, que los trata como delincuentes, que los despierta de su merecido descanso para ser pinchados, analizados, cuestionados… sea tan laxa para otros. Futbolistas, jugadores de baloncesto… terminan sus enfrentamientos y orinan en un bote sin ser puestos bajo el velo de la duda. Ese esfuerzo colectivo que pedía antes para las diferentes organizaciones ciclistas, debe de ser secundado por el colectivo general que es el deporte, para que así no haya ovejas negras ni niños mimados, para que el ciclismo no se convierta en el chivo expiatorio de una lacra cada vez más grande y oscura.



Y luego nuestra falsa moral, el escándalo sensacionalista que vende periódicos y llena espacios televisivos. Puedes doparte y se te pueden conceder segundas oportunidades, pero si una cámara privada te capta fumando marihuana después de llevar toda una vida entrenando para conseguir el mayor hito olímpico, después de tener más que un merecido descanso, tanto físico como emocionalmente, quedas condenado, piden tu cabeza y se inicia la caza de brujas. Phelps es un icono, un ejemplo para la juventud que puede ser tomado como espejo; por eso no debería sucumbir a ese influjo superficial que dan las drogas para rellenar su tiempo libre. Pero no debemos obviar, que ese tiempo libre es merecido, que no compite ni falsea posibles resultados, que ha decidido tomar un tiempo sabático antes de emprender su último desembarco, unas próximas Olimpiadas que quedan cada vez más lejos, ante tanta hipocresía, ante esa doble y falsa moral que se encarga de glorificar y condenar sueños, en triturar mitos vivientes, en crearlos y colocarlos.



Hecha la ley, hecha la trampa. Cuanto esfuerzo en la investigación tirado por la borda, cuanto talento perdido. Los mismos que buscan el antídoto, crean nuevas enfermedades para seguir con el negocio. Lo hacen las empresas de antivirus, lo hacen los científicos deportivos que se empeñan en seguir siendo figuras en ciernes desde el anonimato que da el miedo a la sanción de sus clientes, personas desesperadas que buscan ese plus definitivo que pase desapercibido, que salta los cepos, que esquive las minas.

No pido igualdad de ferocidad, sino igualdad de trato. La unión hace la fuerza, y algunos ya han levantado la voz, a riesgo de exponerse a que la opinión pública encuentre intereses personales en sus declaraciones. El último en exponer su idea, ha sido uno de los iconos mundiales, un Rafa Nadal que se queja del trato vejatorio que sufren, que le hacen sentirse como criminales, por el simple hecho de amar lo que hacen y haber llegado a la cima del esfuerzo y la superación, por ser estrellas de un mundo del deporte que se puede desmoronar y salir del cuento de hadas en el que se encuentra inmerso.
No todos son Nadal; ni cada cuerpo puede ganar exhibiéndose a lo Bolt, ni romper hitos sin precedentes a lo Michael Phelps, ni tener la plasticidad de Jordan… Si no ganas, y además convences, no eres nadie. No se recuerda al segundo, ni mucho menos al grueso de componentes que forman el grupo elegido para la gloria. Es difícil imaginarse lo que una persona, desde su niñez, ha tenido que luchar para asomar la cabeza; muchos han sido los esfuerzos, y muy pocos los reconocimientos. Es por eso, quizás, que la desesperación de ver como remas tanto para morir en la orilla, de ver que pese a haber empleado toda una vida no puedes competir con el nivel de superdotados de la naturaleza que hacen tu esfuerzo baldío, te haga caer en manos ajenas de intereses desleales, en buscar en lo ajeno el elixir de la eterna juventud, lo anti fisiológico de la victoria, la fama y el no caer en el olvido. Quizás, si los altos cargos, si la prensa, si la afición, nos diéramos cuenta que antes va la persona y luego el deportista, si pensáramos en todo momento lo que significa el esfuerzo derramado, los mejores años de una vida, los logros obtenidos en su esplendor, se ahorrarían casos lastimosos como los de Marian Jones, que en su empeño de seguir siendo la más grande, vio mancillada la leyenda que con tanto esfuerzo ella misma formó, y ella misma derrocó; se ahorrarían vidas perdidas a lo Pantani o Chava Jiménez, casos Mariano Puerta, Festina…, y se daría, de una vez por todas, el buen y merecido trato que cada héroe anónimo se ha ganado por su esfuerzo, por los duros entrenamientos en la sombra, por cada canasta, por cada pedalada, por cada gol, por todos esos esfuerzos vertidos que hacen de la especie humana, la mayor, mejor y más ávida de las especies que conviven en la faz de la tierra.



"Quién ama el peligro perecerá en él"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso el articulo, y con mas razon que un santo.un saludo

Anónimo dijo...

Bien, creo que no conoces el mundo del ciclismo por dentro por lo que comentas, te aclaro algo por completar un poco tu artículo:

Al dopaje no recurre el ciclista en el ocaso de su carrera para continuar con nuevas fuerzas, olvídate sde esa romantica visión, el dopaje es una institución en el pelotón y en algunos equipos es sistematico y organizado, mueve muchisimo dinero y consigue lo mismo, mucho dinero. Para progresar y sobresalir en el ciclismo profesional hay que doparse, sino otros que lo hagan te sobrepasarán y tu te quedarás relegado hasta perder tus contratos... esa es la realidad, las declaraciones de Manzano y Jackse (As), leelas, te ilustraran bastante.

Saludos.

Óscar dijo...

Fonsa no soy ni de uno ni de otro soy del Betis aunque animo mucho mas al Madrid que al Barça. Fonsa yo intento acercar el articulo desde el equipo "beneficiado". Ex cepto en partidos de liga que hay que contar la realidad desde un punto "neutro".