martes, 17 de marzo de 2009

CASILLAS: Dr Jekyll and Mr Hyde

Tras 25 años como profesional, 11 de ellos en la más alta élite; tras conseguir un palmarés digno de alabanza donde se acumulan 6 Ligas, 3 Supercopas y 2 Copas del Rey, donde hay lugar para dos galardones tan reseñables como lo son sus 2 Zamoras, y haber portado con orgullo 7 veces la elástica de la selección española, Paco Buyo será y es recordado sobre todo por esa interpretación de tan alta plasticidad y calidad artística en la que volaba sobre un Bernabéu enardecido en pleno auge de un derby madrileño, cayendo sobre la figura de Futre en aquel comentadísimo Diciembre del 88. Lástima la fragilidad de una memoria, que castiga con excesiva dureza sus coqueteos con el paso del tiempo y que rellena sus vacios con lo que vende, con lo que prende, con lo que escandaliza y que secunda y minimiza todo lo demás

Esa suerte suprema que es el deporte, donde tan sólo los éxitos personales y colectivos debieran premiarse, se ha visto mancillado en más de una ocasión por deportistas llamados a actores, que ven claquetas donde tan sólo hay oasis, un páramo de divina providencia que los hace interpretar papeles a los que no están llamados y que los marcan por sus deméritos. Es en parte la esencia de la picardía, ese pasito que distingue a los preparados de los audaces, que decantan balanzas y ganan enemigos con la misma fiereza que adeptos.

A lo largo de la historia del deporte, muchos han sido esos bulos que han llenado horas de radio, que se han amontonado en páginas de diarios y han sido el padrenuestro de múltiples comidillas: la mano de Dios de un Maradona que subió a los cielos, la misteriosa brecha del portero chileno Roberto Rojas, la caída del espigado Dida ante el leve roce de un aficionado escocés… Actuaciones dignas de Hollywood y merecedoras de la tan perseguida estatuilla, cazadores cazados por ese severo juez que es la cámara, y que condena al implicado a un halo de duda y trampa que será difícil de olvidar.
¿Vale todo para ganar? ¿Es todo lícito en este cada vez más corrompido y desvirtuado mundo? ¿Es ético y justificable cambiar el agua de los botes de avituallamiento por un elixir para vencer a un mermado contrincante? Está claro que no siempre el fin justifica los medios; no todo vale si para ganar hay que perder algo tan importante como la dignidad.

El pasado sábado, un nuevo suceso copó espacios dominicales. San Mamés, la cuna de la casta, del derroche del esfuerzo, de la virilidad y la batalla fue testigo del desplome de un santo azotado por un demonio tras el éxtasis de la recompensa del gol. Mucho se ha escrito y comentado sobre el derrumbe de Casillas y su posible actuación dramática. Los extremos que parecen ser la tendencia que rige la existencia humana vuelven a ser la doctrina a seguir. No hay margen de error; hay que santificar o sodomizar al bueno de Iker; es una agresión o una vil simulación; el todo o la nada, el recuerdo o el olvido; 10 segundos en la vida de un profesional que no debieran marcar su intachable carrera. Cierto es que Casillas, bajo su planta de galán de cine y esa cara de niño bueno, difícilmente se pueda desplomar por la furia de un Fran Yeste que embistió como un potro desbocado al bueno de Iker. Pero tan cierto es, que dicha embestida existió; la gravedad de dicho percance y su posible ascenso a agresión tan sólo debe estar bajo el punto de vista del colegiado, un Muñiz Fernández que vio como un reincidente en eses menesteres Fran Yeste arrasaba, puños hacía delante a un adversario.
No hay que justificar la sobreactuación, pero tampoco pienso que haya condenar al agredido. Es como, si permítanme la comparación aún a sabiendas de que pueda resultar odiosa, se condena a una mujer violada por pensar que lo iba buscando al arreglarse y ponerse guapa. No nos podemos cegar por la envidia que suscitan los que más alto llegan. El agresor siempre será el infractor, y el agredido tan sólo debe sufrir la reprimenda de ese brazo ejecutor que le atiza y le ataca. Por lo tanto, aquí hay un solo culpable (Yeste) y un agredido (Casillas); para la gravedad y los castigos ya están los comités, que son los que, vídeo en mano, acotan la sentencia. Se ha visto que el ataque se produjo, y se ha visto que dicha agresión no fue digna para recibir tan dudoso honor, por lo que con un partido queda el reo condenado

Los futbolistas, ese espejo en el que se observan y en el que a su amparo, una cada vez más huérfana juventud intenta encontrar ídolos para encontrar metas a sus sueños, deberían ser el reflejo de unos valores que se están perdiendo. Y ahí es donde encontramos la mejor interpretación de un Casillas, que sabe colgar los guantes para disputarle una pachanga a unos niños harapientos a los píes del Machu Picchu, que golea al temido cólera y que pasea su porte y su grandeza por hospitales repletos de niños enfermos que encuentran en su visita la mejor medicina radiactiva que mate sus miedos y sus tempranos sufrimientos. Una persona comprometida y coherente capaz de acallar y silenciar a sus propios ultras ante el ensañamiento ante un rival (Gurpegui eres un yonqui), que aguanta con estoicismo como teléfonos, mecheros o incluso navajas minan su hábitat que es el área chica. Un buen compañero pero mejor aún rival que ha paseado su modesta grandeza. Un grande que no es galáctico, sino de Móstoles




Casillas no es un enfermo bipolar. No debe ser comparado con el Dr Jekyll and Mr Hyde. El capitán de España es una víctima de sí mismo, de esa figura perfecta que se ha orquestado hacia su persona, y que él mismo se ha encargado de avivar gracias a su día a día. Pero Yeste tampoco es un violento sin solución, un agresor que asalta con nocturnidad y alevosía. Si se deben buscar culpables, deberían buscarse entre aquellos que difaman con intereses varios, que piensan sus ataques y se atreven a escribir calificaciones tan graves, estériles y carentes de sentido como las publicadas en la web oficial de un club admirado y señor como es el Athletic de Bilbao: "... después de la triste actuación de Casillas, ese yerno ideal que muchas madres, decían, querían tener y que, además de mentar a alguna, se ha quitado la careta y es que nadie es perfecto por muy seguro que se sienta". Un club que es fiel a su historia y que no puede permitirse el lujo de fallarse, a él y a los muchos seguidores que saben apreciar su grandeza y su mérito somero. Un mito que tiene en sus filas a gente tan capacitada y honesta como Orbaiz, capaz de no buscar remiendos ni campañas en su contra a la derrota del pasado sábado ante un Real Madrid que siempre será juzgado bajo unos cantos de sirena entonados en tiempos de dictadura bajo el epitafio de “Así, así, así gana el Madrid”

Equivocarte es una buena forma de aprender, y a buen seguro que de esta intrahistoria, ambos protagonistas habrán sacado sus propias lecturas; unas lecturas que por momentos han podido desviarse o desvirtuarse por una prensa radical que busca conflictos y polémicas, que se relame ante su presa, que le hinca el diente y le deja morir desangrada a sabiendas de que lo que vende es el morbo y la dureza, y es que el hombre prefiere una mentira brillante a cien grises verdades




"Quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra"