martes, 17 de febrero de 2009

Raul: the legend

La envidia es la religión de los mediocres, y Raúl es venerado como un Dios; una de esas leyendas que se forjan a sí mismo en medio de la nada. Uno de esos personajes amados y odiados a la vez, con tanta ferocidad que es capaz de levantar un debate nacional.

Pocos podían sospechar que el fino y desgarbado delantero que se enfundaba de la mano de su mentor Valdano, la zamarra morada del Real Madrid, estaba comenzando a escribir su propia leyenda. Aquella fría noche de Octubre de 1994 Raúl demostró que el talento literario del que el técnico argentino hace alarde, se acompañaba de una visión premonitoria; una actuación impropia para un adolescente de tan sólo 17 años, un partido esperanzador pese a que la Romareda viera como erraba varias claras oportunidades, y cómo Cedrún y el infortunio, hicieran que ese niño que soñaba con ser hombre, tuviera que contar su primera batalla como derrota.
Víctor, Benito,.. muchos fueron los canteranos que por esa época vieron cumplida la recompensa de los fríos y desangelados entrenamientos de la Ciudad Deportiva; pero desde sus inicios, Raúl llegó para quedarse, para no ser uno más. Justo una semana después de su debut, Raúl saldaría las deudas contraídas en Zaragoza ante los ojos de toda la España futbolística. En un derby contra el Atlético, Raúl quitó las primeras telarañas con un tiro teledirigido hacia la escuadra, y un penalti a su escuálida figura de diminuto adulto, serviría para redondear una gran victoria ante el eterno rival de la capital. Un chaval de nombre castizo y de familia humilde había iniciado su misión, de profesión goleador
Nacía el mito; alguien empezaba a volar sobre el nido del buitre, y qué mejor figura para suceder al intelectual Don Emilio que un hombre de la casa, un icono de la Fábrica, un más que digno sucesor de la elástica blanca. Kopa, Amancio, Santillana, Butragueño,… podían descansar al fin tranquilos, el 7 blanco estaba a buen recaudo

Uno de los mayores defectos que tenemos en nuestro modélico país, es que somos frágiles de memoria. Nadie en Italia osa discutir a figuras casi paternales como Maldini o Del Piero. Un país que olvida su pasado nunca tendrá futuro, y Raúl, esa omnipresente divinidad, engloba pasado, presente y futuro. Con él, el tiempo parece haberse detenido. 16 años dan para mucho; para perderse en el camino, para diluirse en el intento, para perder el rumbo… Pero Raúl no ha perdido ni un segundo de ese preciado tiempo, y se ha empeñado, con una testarudez que a veces rozaba lo enfermizo, en forjar su figura más allá de críticos y detractores. Esa memoria frágil y olvidadiza que se encarga de rellenar los vacios mentales con los que el tiempo nos castiga, se puede olvidar de todo lo que ha dado Raúl en pos del fútbol español. Hablar de Raúl es comentar el penalti al limbo en la Eurocopa ante la vecina Francia, o esos partidos en los que el 7 se perdía en carreras estériles y juego apagado. Pero Raúl no es esa pequeña punta que oculta la magnitud de un iceberg. Raúl es hombre, inteligencia, gol, tesón, un icono al que se deben aferrar los valores en ciernes que se codean en esos terrenos de barro y albero en el que los niños intentan cumplir su sueño y el de sus padres.
Raúl no es brasileño; no es guapo ni sabe regatear; no tiene un tiro poderoso, ni un remate rapaz de cabeza. No es rápido ni un killer, pero es listo como muchos pero sabio como pocos. Ese cúmulo de “defectos” que componen la figura de Raúl, es lo que le ha hecho grande. Raúl es un erudito de su propia persona, un profesional al servicio del balón, que sabe leer sus defectos para magnificar ese cúmulo de virtudes que atesora. Si el esférico tuviera su propio psique, seguro que elegiría a alguien como al 7 blanco para ser domado. Un analista que sabe leer los tempos de los partidos, la psicología de una plantilla; una de esas figuras calladas que nace con un don que le hace ser especial. Raúl nació para ser Raúl, y el fútbol español le estaba esperando
Un hombre callado que siempre se ha mostrado bajo un manto turbio. Un hombre enigmático del que pocos saben lo que piensa, lo que siente, lo que es. Raúl debe sufrir. Cuanto más grande se es, más envidias se suscitan, y Raúl se ha visto atacado desde todos los frentes. Su privacidad ha forjado una trinchera en la que ha tenido que recluirse más de una vez. 309 goles hablan por sí sólo; Di Stéfano ya tiene con quién contar batallitas, o mejor dicho, ya hay alguien que haga que en vez de que Don Alfredo hable, tenga que escuchar.
Liga, Copa, Supercopas, Mundiales, Eurocopas, Champions… Raúl ha metido goles en todos los terrenos, de todas las facturas, de todos los colores, en todas las competiciones, ante todos sus rivales. Ese es su mérito, ese es su don. Una versatilidad que le ha permitido mudar la piel como un camaleón. Nadie como Raúl ha sufrido su bondad; siempre al servicio del grupo, ha visto como la llegada de los galácticos le quitaba protagonismo y le alejaba de su hábitat que es el área rival. Pero pese a ello, Raúl siempre ha aparecido para dejar su impronta, para dejar claro que la gloria explosiva es pasajera, pero que su poso de grandeza ha dejado su impronta a lo largo de los muchos títulos que ha conquistado, junto a unos compañeros que se han ido sucediendo. Figuras mundiales que lo han ganado todo, jóvenes en ciernes con futuro prometedor; extranjeros que ansían conquistar la casa blanca… personas que han encontrado en Raúl a un padre futbolístico, a un domador de vestuarios, a una figura en la que mirarse para intentar crecer.
Raúl no es solo un ratón del área; sus 309 goles no han sido como su último, el segundo que pernoctó en El Molinón. Raúl ha hecho auténticas obras de arte, ha patentado el aguanís, se ha burlado de su amigo Cañizares en la conquista parisina de la Octava, ha realizado cucharas tan suyas y tan propias, ha inventado vaselinas ante los Ablanedos y Albertos de turno, ha demostrado picardía a raudales, ha sabido anticiparse a errores y descoordinación de defensas y porteros, que se han visto devorados por el hambre que Raúl siempre ha mostrado bajo su apariencia menuda y enigmática, ha silenciado a campos rivales con su índice sobre sus labios.
Raúl ha dejado de tener rivales; compite contra sí mismo, contra el monstruo que ha creado. El paso de los años que han visto sus tardes de gloria, es ahora uno de sus rivales. En el ocaso de su carrera, aún Raúl no ha dicho su última palabra. Que nadie descarte verlo levantar la Décima, como embajador que es de ese trofeo, la niña de sus ojos y en donde su nombre se encuentra impreso con letras de oro como máximo goleador de la historia de la competición.

El comienzo del final ha hecho su aparición, pero Raúl, ese veterano curtido en tantas batallas que han forjado su alma de guerrero, tiene una última meta, un tufo de soñador empedernido, un deseo que anhela como un colegial. Tiene la espina de la Selección, el club de sus amores. Cómo él no se ha cansado de decir, primero España y luego todo lo demás. Su capitán, ese Ferrari anunciado por Hierro, máximo goleador y 104 entorchados a sus partidos, se quiere despedir por lo alto. El Mundial parece lejano; una temporada y media de debate en la que Raúl tendrá que aguardar con estoicismo la ferocidad de sus ácidos críticos. A esas edades es imposible aventurar a temporada y media, al calor de Sudáfrica. Pero antes, este verano, la roja tiene cita con la historia, el debut en la Copa Confederaciones, una cita, en la que por méritos propios, actuales y personales, Raúl debería estar. Raúl es uno de esos animales que no tropieza dos veces en la misma piedra. Roces internos en el último mundial le han privado de perderse la gloria conquistada este verano en Austria, ese sueño que ha buscado con el mismo ahínco con el que ha perforado metas rivales, con el que ha roto partidos y ganado a adversarios. Ese sabio hecho futbolista sabe que ahora mismo, Villa y Torres están un escalón por encima, pero luego está él, y a buen seguro, que sabrá amoldarse a un grupo humano joven y exitoso, que sabrá que los flashes ya no le apuntan, que ya no es el centro de un carro del que él tantas veces tuvo que tirar. Si Del Bosque reconoce la evidencia, Raúl estará como tercer delantero, y desde el ostracismo que da ser un segunda espada, Raúl será el primero en entonar el Se parece más a ti de Jambao, esa canción talismán con la que la selección encontró el título perdido, la canción que explorará Sudáfrica en las dos próximas citas para la gloria. Raúl dejará de ser solista para unirse a un coro, que le dará su último y tan merecido homenaje. Se lo merece él, se lo debe el fútbol español

Larga vida al Rey Raúl; un mito viviente, la leyenda, el triunfo de la humildad. Un sueño hecho realidad. Por todo y por nada, muchas gracias capitán